martes, 14 de junio de 2016

LINIERS

 SU TRÁGICO FIN EN CÓRDOBA (*)




Resumen:
La muerte de Liniers constituye un triste episodio de la historia de la patria. Consideramos a este antepasado, un héroe cristiano, que contribuyó a la consolidación de la nación Argentina. Se repasan las circunstancias en que vivió y la forma en que murió, siempre consecuente con su sentido del deber y de la disciplina. Se analizan varios antecedentes que confirman su cosmovisión católica, y la complejidad de las decisiones políticas en tiempos de cambio del régimen de gobierno.



I.Introducción
En el marco de este Congreso, nos parece oportuno recordar a Santiago de Liniers, a quien podemos considerar un héroe cristiano, y cuya actuación fue decisiva para la configuración de la nación Argentina. Su relación con la patria, resulta evidente; se ha dicho incluso que: “sin la fe de su alma, sin la entereza de su carácter, a esta hora hablaríamos inglés en vez de español”[1]
Explica el Dr. Cresto que los vecinos de Buenos Aires, “conducidos por un genuino caudillo militar, francés de origen, español por su voluntad, valiente, bondadoso y desprolijo, estaban dando origen a una nación, la nuestra”[2].
Procuraremos sistematizar datos y reflexiones sobre el tema, a modo de modesto homenaje.

Consideramos que, si se toma la expresión nación argentina en su sentido sociológico -como conjunto de personas que conviven en un mismo territorio, poseen características comunes y manifiestan el deseo de continuar viviendo juntas- ya existía antes del 25 de mayo[3]. A partir del 29 de junio de 1550, con la fundación de la ciudad de Barco -actual Santiago del Estero- comienza la lenta formación de nuestra nación. Consideramos que en ocasión de las invasiones inglesas, quedó en evidencia que la Argentina, como nación, estaba ya consolidada. Apuntemos al respecto varios elementos.

1º) Existía ya en el territorio del Virreinato del Río de la Plata, mayoría de criollos, algunos de los cuales, como Saavedra y Belgrano -integrantes de la primera Junta-, desempeñaban funciones públicas de importancia.
2º) Existía, como lo afirma el sociólogo Guillermo Terrera, una cultura criolla argentina que, para 1750, tenía características propias y definidas[4].
3º) No existían tropas profesionales en número suficiente, para repeler el ataque extranjero, de modo que la resistencia estuvo a cargo de las milicias criollas y de los vecinos que se sumaron voluntariamente a la lucha. Sería impensable que esto ocurriera en una sociedad cuyos integrantes se conformaran con ser una colonia. Precisamente, la decisión masiva de los criollos de combatir, revela a un pueblo con identidad propia que asume la defensa de su tierra, pese a la ausencia del Virrey Sobre Monte, que se había replegado a Córdoba.

Por lo señalado, si queremos fijar en una fecha la vigencia plena de la nacionalidad argentina, la que corresponde es la del 12 de agosto de 1806, cuando se produce la Reconquista de Buenos Aires, cuya conducción estuvo a cargo, precisamente, de Liniers.
Con respecto a definirlo como un héroe cristiano, recordemos que fue miembro de la tercera orden Dominica desde 1790[5], y como afirma el P. Saguier: “los mismos documentos y crónicas consultados nos muestran que el sólido fundamento de su integridad estaba en su sincero espíritu religioso”[6]. Por eso no resulta llamativo que, cuando ocurre la invasión inglesa de 1806, y mientras estuvo rezando en la Catedral de Buenos Aires, hiciera el propósito de consagrarse a la reconquista de la ciudad. Esa iniciativa se convierte en voto solemne, el 1 de julio, en la Iglesia de Santo Domingo, ante el altar de la Virgen del Rosario, ofreciéndole las banderas que tomase a los ingleses; así consta en el libro de actas con fecha 25 de agosto de 1806[7].

Su concepción de la vida, de profunda raíz cristiana, se refleja en la arenga a las tropas, antes del combate:
       Si llegamos a vencer, como lo espero, (a) los enemigos de la patria, acordaos, soldados, que los vínculos de la nación española son de reñir con intrepidez, como triunfar con humanidad: el enemigo y vencido es nuestro hermano, y la religión y la generosidad de todo buen español le hace como tan natural estos principios, que tendrán rubor de encarecerlos[8].

El Virrey, luego de la reconquista de Buenos Aires, cumplió su promesa entregando al convento dominico de esa ciudad, cuatro de las banderas tomadas a los ingleses, dos del regimiento 71 y dos de marina. El 24 de agosto en una solemne celebración, la más fastuosa de las que ha sido espectador el pueblo de Buenos Aires, con la concurrencia de la Real Audiencia y el Cabildo, entregó al prior de Santo Domingo las banderas para que fueran colocadas en las cuatro ochavas de la cornisa o media naranja del altar mayor, habiendo predicado fray Ignacio Grela. El orador destacó que junto con Liniers los diferentes cuerpos rendían a la misma Soberana sus corazones, sus armas, sus triunfos[9].
También el reconquistador decide obsequiar otras dos banderas inglesas al convento de Córdoba para que sirvan de trofeos a la augusta Madre de Dios Nuestra Sra. del Rosario, en reconocimiento de la protección recibida. Las remitió el 27 de julio a su apoderado Letamendi, aunque, por haberse extraviado el oficio con que se las remitía, recién fueron recibidas oficialmente por la Cofradía del Rosario el 19 de setiembre, según consta en el acta respectiva[10], reproducida parcialmente en Anexo I. Ellas están en el camarín de la Virgen de la Basílica de Santo Domingo; una de ellas es naval, con el Jack azul en la esquina, y la otra roja, con la cruz de San Andrés en el centro y dos cráneos de seda negra. Según una nota del Coronel Juan Beverina, el primer paño medía 4,40 metros de largo por 2,50 de ancho, y el segundo, 2,10 metros de largo por 1,90 de ancho[11].

El Virrey entregó además su bastón de mando. Este elemento es de carey, muy fino y con empuñadura de plata. Se lo utiliza para la fiesta de la Virgen en el mes de octubre cuando sale en procesión por las calles de Córdoba[12]. El resto del año permanece guardado. Con respecto al bastón, existe una leyenda que relata que al pasar por la ciudad de Córdoba, al enfrentar el atrio de Santo Domingo, Liniers obtuvo permiso del jefe de la escolta para ingresar al templo. Allí, depositó su bastón de Virrey, en manos de la Virgen, como recuerdo al pueblo cordobés. Aclara el P. Bruno que, en realidad, no volvieron los prisioneros por la ciudad; pasaron por el lugar de los Ranchos, distante 20 leguas de Córdoba[13].

No ha quedado documentado el modo y la fecha en que dicho bastón llegó al Convento, aunque en la Crónica Histórica Argentina, se indica, al pié de una imagen de la Virgen del Rosario del Milagro, que el Virrey se lo ofrendó el 24 de octubre de 1809. No se indica la fuente, pero como el asesor de dicha colección fue el profesor Pérez Amuchástegui, el dato merece ser tenido en cuenta.
Para el 23 de setiembre de 1807 se estableció que Córdoba celebraría la victoria de los criollos en el templo de Santo Domingo; después del Evangelio, el Deán Funes pronunció la homilía desde el púlpito, incluyendo un panegírico de Liniers:

       si la sabia Providencia distribuye sus dones entre los hombres según los altos fines a que los destina, es preciso confesar que empieza a verse su mano dotando al bravo reconquistador con todas las cualidades de héroe (…)  ved aquí, señores, el retrato del hombre, que destinó el cielo para oponerlo a las empresas atrevidas del poder británico en esta parte del globo[14].

II. Comienza el drama

Liniers fue separado de su cargo de Virrey el día 11 de febrero de l809, asumiendo en su reemplazo Baltasar Hidalgo de Cisneros, el 20 de julio. Podría haber evitado el desplazamiento, que era, en gran medida, resultado de intrigas y desconfianzas infundadas por su origen francés, pues los jefes militares lo apoyaban y gran parte del pueblo también. Primó su acendrado sentido del deber y de la disciplina. “Renunció a ser el conductor de un pueblo cuya adoración iba hasta el delirio, de manera extraña, como si el alma colectiva hubiese captado de improviso en toda su magnitud lo más íntimo de aquella personalidad. Al olfato de la multitud no pasan inadvertidas ciertas cualidades.” [15]
El ex Virrey debía regresar a España para rendir cuentas de su gobierno; luego de varias gestiones para evitarlo obtuvo de parte del Virrey la suspensión temporal del traslado, permitiéndole que se retire a Mendoza o a cualquier otro pueblo del interior. El 14 de agosto Cisneros le intimó a que viajara a Mendoza sin demora, lugar al que nunca llegó, prefiriendo quedarse en Córdoba.

III. Su vida en Córdoba
A los 56 años, cuando le restaba sólo uno de vida, don Santiago estaba en la ciudad mediterránea; las primeras cartas enviadas desde esta ciudad son de setiembre de 1809. El destino quiso que se afincara en una estancia de Alta Gracia, donde estuvieron detenidos algunos ingleses luego de ser vencidos por él mismo; este lugar lo adquirió el 3 de febrero de 1810, de su anterior propietario Victorino Rodríguez, quien luego sería uno de sus compañeros de infortunio. El padre de Victorino, don José, había comprado la estancia en un remate de la Junta de Temporalidades. El objetivo de Liniers de instalarse en dicho lugar,  era lograr allí el mantenimiento de su numerosa familia de una manera honorable y apacible: “que más puede desear el navegante que un puerto después de la tempestad”[16]. Esta casa hoy lleva su nombre y fue declarada en el año 2000 Patrimonio de la Humanidad.

 La ciudad de Córdoba, hacia fines del siglo XVIII, había cambiado su régimen político y administrativo con la creación de las Intendencias. Antes del arribo del nuevo gobernador intendente, el marqués de Sobremonte, su prestigio lo precedía, por su gestión como secretario del Virrey Vértiz.  La ciudad se convertía en capital en reemplazo de Salta[17]; Sobremonte es el  principal artífice de su transformación de aldea en ciudad: consigue el empedrado y arbolado de sus calles de tierra; termina las obras del Cabildo y de las defensas de la Cañada; perfecciona el alumbrado público; edifica el paseo que hoy lleva su nombre y el estanque central que servirá para regadío, inaugurando asimismo el primer sistema de aguas corrientes. 

Además, este gran calumniado, cumplió un rol en las invasiones inglesas que facilitó la posterior actuación de Liniers. En efecto, aunque haya sido duramente criticado porque, siendo el Virrey, decidió replegarse a Córdoba, evitó así la triste actitud de muchos funcionarios –con excepción de Belgrano y Liniers- de jurar fidelidad al rey de Inglaterra, lo que hubiera impedido cualquier intento de resistencia. El 11 de julio, declara a Córdoba Capital del Virreinato, y preparó en sólo 20 días un ejército de 3.000 hombres, que no alcanzó a luchar en Buenos Aires, pero sí lo hizo en Montevideo. Esa tropa era comandada por Santiago de Allende, otro de los fusilados con Liniers.
A menudo se omite relatar que el sumario al que se sometió Sobre Monte en España culminó con su absolución, siendo ascendido a Mariscal de Campo y recibiendo la condecoración de Gran Cruz de San Hermenegildo, que se otorgaba únicamente a quienes se destacaban por su valor y servicios[18].

Una vinculación curiosa tuvo Liniers con la Universidad de Córdoba[19], desde que, al asumir su cargo de Virrey en 1807, tuvo como una de sus atribuciones el vicepatronato de la misma por delegación del Rey de España a los virreyes. Un tema que estaba pendiente era la aplicación efectiva de la Real Cédula de 1-12-1800, suscripta por Carlos IV, que disponía separar a los franciscanos del gobierno universitario para ser entregado al clero secular.  La conducción de la universidad, desde la expulsión de los jesuitas, había provocado una separación en dos bandos.  Los hermanos Funes pugnaban por alcanzar el gobierno de la casa de estudios para el clero, confrontando con los franciscanos que contaban con el apoyo de Sobre Monte[20].
A raíz de la expulsión de la Compañía de Jesús, en 1767, fue prohibida, por Cédula Real del año siguiente, la difusión de la doctrina de sus maestros. Por ejemplo, en la Universidad de Córdoba, donde la enseñanza quedó a cargo de los franciscanos, éstos “rectificaron lo que se llamaba doctrina jesuítica, sobre todo en lo que se refiere a la Teoría del Poder”. Hasta se incluyó en el juramento de los doctores, esta curiosa frase: “juro también, que yo detesto y detestaré mientras viva...la doctrina acerca del Tiranicidio...”[21].

Con fecha 29 de noviembre de ese año ordenó el Virrey que se aplicara dicha resolución disponiendo con la fórmula de rigor: guárdese, cúmplase y ejecútese inmediatamente. Este hecho contribuyó al ambiente favorable hacia Liniers en Córdoba y al apoyo a su actitud ante el nuevo gobierno.
Estando ya radicado en la provincia, tuvo oportunidad de participar en un acto de la universidad, en diciembre de 1809, en que se tomaron exámenes de matemáticas. Uno de los estudiantes, que competían por algunos premios asignados, era su hijo, José Atanasio Liniers. El primer premio, que era un anteojo de largavista, donado por el ex virrey, fue ganado por el estudiante José María Paz, el futuro general.

IV. Ante la revolución de mayo
A los pocos días del 25 de mayo de 1810, la noticia de lo ocurrido motivó que en Córdoba comenzaran a reunirse personas expectables en la casa del gobernador Gutiérrez de la Concha, para analizar la situación; en dichas reuniones prevaleció la decisión de resistir a las nuevas autoridades; el prestigio de Liniers influyó en la misma, pese a la opinión contraria del Deán Funes. Este grupo de notables, orientó tanto al gobierno como al Cabildo, donde la mayoría pertenecía al sector sobremontista. La comunicación formal de lo sucedido en Buenos Aires, llegó a Córdoba el 4 de junio, notificando el envío de una expedición destinada a hacer conservar el orden. En la reunión convocada por el gobernador, los asistentes se manifestaron por el rechazo de las nuevas autoridades, excepto el Deán Funes quien alegó: “No son las leyes ni los derechos los que deben salvar esta República, sino las fuerzas reales”[22].

Varios amigos intentaron convencer a Liniers que desistiera de enfrentarse con las nuevas autoridades. Conviene recordar que este oficial, aunque francés de nacimiento, ingresó al servicio del Rey de España, cuando las casas reales de Francia y España, se hallaban unidas por los llamados Pactos de Familia. A su suegro, Martín de Sarratea, le explicó por qué no podía permanecer neutral:

      ¿Cómo yo un general, un oficial quien en treinta y seis años he acreditado mi fidelidad y amor al soberano, quisiera Ud. que en el último tercio de mi vida me cubriese de ignominia quedando indiferente en una causa que es la de mi Rey, que por esta infidencia dejase a mis hijos un nombre que hasta el presente intachable con la nota de traidor? (…) el que nutre a las aves, a los reptiles, a las fieras y a los insectos proveerá a la subsistencia de mis hijos, los que podrán presentarse en todas partes sin avergonzarse de deber la vida a un padre que fuese capaz por ningún título de quebrantar los sagrados vínculos del honor, de la lealtad y del patriotismo, y que si no le deja caudal, les deja a lo menos un buen nombre y buenos ejemplos que imitar.[23]

La decisión de las autoridades cordobesas motivaron, aparentemente, que los 500 efectivos que se había dispuesto enviar se incrementaran a 1.150, al mando del general Francisco Ortiz de Ocampo, cuyas instrucciones originales consistían en llevar detenidos a los jefes rebeldes hasta Buenos Aires.  La posterior decisión de la Junta fue drástica: “que sean arcabuceados … en el momento que todos o cada uno de ellos sean pillados, sean cuales fueren las circunstancias se ejecutará esta resolución sin dar lugar a minutos que proporcionasen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden”[24]

Afirma José María Rosa que esta fue la primera manifestación de la política de lograr la revolución por la fuerza y no por el apoyo popular, tendencia expresada en el Plano (o plan) de operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia, cuya redacción fue encargada a Moreno, el 18 de julio; en efecto, el día 28 convenció a los demás miembros de la Junta el fusilamiento de Liniers. El  decreto fue firmado por todos, excepto por Alberti, quien además se retiró de la sesión;  Saavedra y Belgrano se opusieron. Se cree que Larrea logró que se excluyera del fusilamiento al obispo Orellana.

Cuesta entender, dice el P. Furlong, “que hombres que decían sostener los derechos de Fernando VII fusilaran a otros precisamente porque sostenían los derechos de Fernando VII”[25]. Destaca, asimismo, Ortega la paradoja de que “los abogados –Moreno y Castelli- factores decisivos en la ejecución de Liniers, no procedieron en tal emergencia de acuerdo a derecho, pues aquél fue fusilado sin formación de causa ni sentencia legal”[26]. Algo parecido afirma Vicente Sierra: “Es indudable que la Junta se arrogó funciones judiciales que ningún funcionario del antiguo régimen tenía, al condenar sin forma alguna de juicio previo”[27].

El 27 de julio, Liniers de común acuerdo con Gutiérrez de la Concha, el coronel Santiago Alejo de Allende, el doctor Victorino Rodríguez, el tesorero de la Real Hacienda, Joaquín Moreno y el Obispo Dr. Antonio de Orellana, ante la continua deserción de los casi 1.000 hombres que habían logrado reunir –quedándoles en ese momento unos 400- resolvieron marchar al Perú, para reunirse con las tropas que debía enviarles el gobernador de Potosí. El día 31 salieron las tropas de la ciudad de Córdoba, en donde ingresa el general Ortiz de Ocampo los primeros días de agosto, destacando al Teniente Coronel Antonio Balcarce para perseguir a los prófugos. Se ha señalado que la importancia de Córdoba, en lo cultural y religioso, no bastó para compensar la escasez de tropas y equipos, lo que “en definitiva, sellaron la suerte del héroe de la Reconquista”[28].

Ocampo solicita al Cabildo un empréstito de 12.000 pesos, y que convoque para el día 16 a la parte más sana y principal de este vecindario para elegir un diputado ante la Junta Gubernativa. Al cabildo abierto respectivo asistió el coronel Juan Martín de Pueyrredón, que acababa de asumir como Gobernador interino, por designación de la junta. Fue elegido el Deán de la Catedral, Dr. Gregorio Funes.
Ante esta situación, habiendo llegado el contingente a la parroquia de Arroyo Seco el 4 de agosto, con sus efectivos reducidos, decidieron continuar la marcha hacia Potosí divididos en tres grupos, dejando a los oficiales y tropa que les restaban en libertad, permaneciendo unos pocos que no quisieron abandonarlos.

Liniers continuó la marcha con su ayudante don Melchor Lavin y su capellán el canónico Gregorio Tadeo Llanos, quien ya lo había acompañado en la reconquista de Buenos Aires y tres esclavos. Al día siguiente de la separación de los jefes de las fuerzas de Córdoba, llegó al lugar el destacamento comendado por Balcarce, que averiguó por donde habían marchado y envió tres partidas en su seguimiento, disponiendo un punto de reunión luego de que alcanzaran y detuvieran a los perseguidos. El día 5 a la medianoche, Liniers y sus acompañantes fueron encontrados durmiendo en una choza, siendo detenidos por una partida que mandaba el teniente José María Urien, joven de mala conducta que los trató en forma grosera y desvalijó sus pertenencias. La partida que perseguía al obispo, al mando del oficial Manuel Rojas, lo encontró en la casa del cura Allende. Los cuatro restantes –Concha, Allende, Rodríguez y Moreno- viajaron juntos hasta Ambargasta, donde los encontró la partida que dirigía el teniente Domingo Albariño.

Al saberse en Córdoba que los detenidos pasarían por el lugar de los Ranchos distante 20 leguas de la ciudad, el teniente coronel Manuel Derqui, secretario del gobernador Concha, obtuvo permiso del general Ocampo para llevar una carretilla con provisiones y ropa proporcionada por las esposas y familiares de los presos, entregando todo cuando llegaron al destino fijado, el dia 10. Allí permanecieron hasta el 19 en que los prisioneros y sus custodios continuaron viaje a Buenos Aires. Urien fue relevado, a pedido de la tropa, y lo reemplazó el capitán de Dragones Manuel Garayo, quien les dispensó un trato decoroso. Continuaron el viaje hasta la posta de Gutiérrez, donde arribaron el día 25.
Antes de llegar a Córdoba, Ocampo había recibido la resolución que se dictara contra los rebeldes, considerándola impolítica la somete a consideración de la junta de comisión integrada por él y Vieytes, al no haberse incorporado aún Chiclana; decidieron no aplicarla y enviar los prisioneros a Buenos Aires.

Se ha sostenido que el prestigio que mantenía Liniers hizo que se tomara esta drástica decisión. Si se resolvía que fuera embarcado y trasladado a España, como a Cisneros, implicaba el riesgo de que continuara actuando desde Montevideo. La prisión en Buenos Aires, tampoco estaba exenta de riesgos, pues las tropas podrían liberarlo[29].
Se produjo, sin embargo, lo que se temía, surgieron gestiones apoyadas por los mismos hermanos Funes para suspender la sentencia. No obstante, la Junta recriminó a Ocampo la demora en concretar la sentencia, excluyendo únicamente de la pena de muerte al Obispo, dada su investidura.  El doctor Juan José Castelli designado para reemplazar a Ocampo, arribó a Cruz Alta, el 26 de agosto.  Disponía de un pelotón de cincuenta fusileros, todos ellos ingleses que había quedado después de las invasiones, detalle también previsto por Moreno para evitar eventuales escenas de patetismo por parte de la tropa. Se dirigió el contingente al monte llamado de los Papagayos o Chañarcito de los Loros, a dos leguas de la posta Cabeza de Tigre.

V. El fusilamiento

Castelli hizo la notificación a los condenados de que la ejecución se cumpliría de inmediato; concediéndoles cuatro horas para prepararse.  Liniers pidió al obispo que le sacara el rosario, con el que rezó  preparándose para la confesión.
A las tres de la tarde, se formó el pelotón dirigido por Balcarce; luego de la descarga, Liniers y Gutiérrez quedaron sólo heridos, correspondiéndole al coronel French ultimarlos con revólver; era el mismo oficial que unas semanas antes estuvo repartiendo escarapelas frente al Cabildo. Poco después fueron sepultados en una zanja en Cruz Alta, junto a la iglesia, de donde al día siguiente los retiró el teniente de cura de la Parroquia para darles cristiana sepultura, permaneciendo allí hasta 1861 en que, por orden del gobierno de la Confederación, se los exhumó y fueron remitidos las cenizas a la ciudad de Paraná, a donde llegaron, confundidas en una urna, el 17 de abril (Anexo II).

La Legislatura de Córdoba, por Ley N° 9.777 del 21-4-2010, declaró como Lugares Históricos Provinciales, al paraje Chañarcito de los loros, y al antiguo cementerio de Cruz Alta. En la sesión legislativa se dejó constancia de que cuando se realizaron las excavaciones en el viejo cementerio, fueron encontrados dos botones de oro pertenecientes a la chaqueta de Santiago de Liniers, de la entonces Marina Real Española, que  hoy están  depositados en el Museo y Archivo Histórico de Cruz Alta.

En 1864, los restos del héroe de la Reconquista –y de Gutiérrez de la Concha- fueron trasladados a Cádiz, España, donde fueron sepultados en el Panteón de los Marinos Ilustres de San Carlos[30]. Allí existe un monumento donde figura la siguiente inscripción:
“Aquí reposan las cenizas del Exmo. S.D. Santiago de Liniers Jefe de Escuadra y Virrey que fue de Buenos Aires y del S.D. Juan Gutiérrez de la Concha Brigadier de la Armada y Gobernador Intendente de la Provincia de Córdoba del Tucumán”[31].


VI. La visión de Sor Lucía
No podemos terminar este relato sintético del último tramo de la vida de nuestro héroe, sin mencionar un hecho sorprendente: la visión que tuvo Sor Lucía del Santísimo Sacramento, que en la época y lugar que estamos comentando, “vivía en olor de santidad en el monasterio de las Teresas de Córdoba”[32]. Ésta monja se llamó en el mundo María Lucía Alvarez. En el mismo convento de Carmelitas Descalzas, vivía una hermana de Victorino Rodríguez, Sor Marcelina de los Dolores; tal vez por eso el Dr. Luque Colombres agregó como anexo a su biografía del citado profesor, una parte de las memorias de Sor Lucía. Con el título de Amores de Dios con el alma, la monja escribió su autobiografía, por mandato de su confesor, que obviamente consideró necesario hacer conocer, pese a tratarse de una revelación privada, lo que se refiere a los sucesos de 1810[33].

Comienza la hermana Lucía, relatando la consternación que reinaba en el convento por la presencia en la ciudad de la tropa que había llegado para detener a los que consideraban legítimos funcionarios, respetables por sus virtudes y considerando que la justicia les pertenecía en el conflicto desatado. Procuraba ayudar en la emergencia con la oración continua, rezando en una ermita ubicada en la torre; al cabo de tres días dedicada a este menester, se encontraba en el coro con la comunidad, cuando tuvo una visión a modo de sueño. Pero ella percibía que no se trataba de un sueño, pues ya en el pasado le había ocurrido algo similar. En esta oportunidad, vio que las personas que estaban siendo buscadas habían muerto. Menciona quienes eran: “el Sr. Dn. Santiago Liniers, el Sr. Gobernador Concha, el Sr. Coronel Dn. Santiago Allende, el Sr. Teniente Dn. Victorino Rodríguez, el Sr. Tesorero no se su nombre y apellido…”.

Movida por la compasión, y sabiendo que es Dios quien le notifica este suceso, le dijo que los descendientes de estos señores quedaban huérfanos, recibiendo la respuesta de que Él cuidaría de ellos. Se preocupó también por sus mujeres, destacando que quedarían en situación de riesgo ya que era jóvenes, pero el Señor le aseguró que las guardaría, agregando que los muertos eran mártires. Sor Lucía, sorprendida, preguntó cómo podían ser mártires si no morían por la fe, escuchando que eran mártires de la justicia, así se llamarán pues lo son de verdad.

La hermana quedó con una sensación de paz y de certidumbre con respecto a lo había visto, aprovechó un momento de descanso para comunicar a sus compañeras lo que había visto y escuchado el día 6 de agosto. Ellas consideraron que era un desvarío suyo y que lo relatado, no había ocurrido; sin embargo, el día 26 de dicho mes se supo de la muerte.
En otra comunicación con Dios, le mostró parte de la gloria de que gozaban las almas de los mártires fallecidos, explicándole por qué cada uno se había hecho merecedor de esa corona. De una de esas almas a quien veía con tres coronas, quiso saber la causa, recibiendo como respuesta que una era por la perfección de su vida, otra por la perfección con que había cumplido los cargos que había detentado y que le había confiado su Divina Majestad[34].

VII. A modo de conclusión

Es necesario interrogarnos sobre la causa de fondo que condujo a un acto tan cruel y drástico como el fusilamiento de cinco personalidades ilustres que, no solamente habían prestado valiosos servicios en el pasado, sino que no habían ocasionado ningún daño hasta el momento de la sentencia; sólo pretendían restaurar la autoridad que acababa de deponerse, y que consideraban legítima. Por cierto que al afianzarse un gobierno que se impone de hecho, logrando mantener el orden, alcanza la legitimidad de ejercicio, y puede exigir ser obedecido por la necesidad del bien común[35], pero la autoridad política puede disponer de sanciones incruentas, siempre respetando las formas jurídicas y con derecho a defensa de los imputados.

El trágico fin de nuestro héroe, fue consecuencia, especialmente, del rol que jugó en el primer gobierno patrio Mariano Moreno, donde se desempeñó como Secretario de Gobierno y Guerra. Era un hombre de gabinete, de quienes pretenden que la realidad se adapte a sus ideas, y helado hasta el extremo, según Saavedra.
Sostiene Ernesto Palacio que es falsa la imputación a Moreno de ser un jacobino exaltado, que su ideal era una república moderada, evitando ser un ideólogo revolucionario –a la manera de Castelli- por su ortodoxia católica[36]. Sorprende esta última afirmación, considerando que el P. Bruno que dedicó tres tomos al ocaso cristiano de los próceres[37] no incluyó a Moreno y sí a Castelli, quien no fue un modelo de virtudes evangélicas pero “rindió contrito el alma, con todos los sacramentos de la Iglesia”. Explica este sacerdote, que seleccionó para su obra a las personas “de alguna figuración que sensatamente buscaron y hallaron a Dios en vida o, por lo menos, en el último trance”[38]; por eso incluye a Saavedra, quien procuró un cambio gradual en el régimen político, sin violencias ni choques, no el terror sino la justicia y la razón. “Moreno, por su parte, pretendía un cambio radical e inmediato bajo un régimen de terror, con el ejemplo de la revolución francesa. Este criterio inspiró las ejecuciones de Liniers y sus compañeros…”[39].

Coincide con Bruno el historiador José María Rosa[40], que describe a Moreno como “un político de biblioteca”, “la forma más cruel y deshumanizada del revolucionario”. Tal vez la opinión de Palacio se deba a que Moreno creció en un hogar religioso, y viajó a Charcas con la intención de ordenarse de sacerdote, pero, dice Rosa, “tropezó con Rousseau en la nutrida biblioteca del canónico Terrazas” y prefirió dedicarse a la abogacía y a la  política.
La actitud de Moreno con los rebeldes de Córdoba no fue casual, era la que estaba prevista en el citado Plan: “Debe observarse la conducta más cruel y sanguinaria con los enemigos de la causa…la menor semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la causa debe castigarse con la pena capital, principalmente si se trata de sujetos de talento, riqueza, carácter y alguna opinión…[41].

Recordemos que la Revolución Francesa fue enemiga de la religión católica, reemplazando de los altares a Jesucristo por la diosa Razón; en cambio la Revolución de Mayo tuvo una impronta católica, y a los pocos días de asumida la Junta Gubernativa asiste a una misa de acción de gracias por la instalación del nuevo gobierno. Por eso sostiene Furlong que “no hubo en los pródomos de la Revolución [de Mayo], ni en los dos primeros años de ésta, o sea en 1810 y 1811, ideología alguna liberal o disolvente del espíritu nacional, sino netamente ortodoxa y católica”[42].

Saavedra, en carta a Chiclana le comentaba, en enero de 1811: “El sistema robesperriano que se quería adoptar en ésta, a imitación de la Revolución Francesa que intentaba tener por modelo, gracias a Dios que ha desaparecido”[43]. Por su parte el Cabildo en su reunión del 5 de febrero de 1811 resolvió “que la parte reimpresa del Contrato Social de Rouseau no era de utilidad a la juventud y antes bien pudiera ser perjudicial…y en vista de todo creyeron inútil, superflua y perjudicial la compra que se ha hecho de los doscientos ejemplares de dicha obra”[44]. En realidad, la independencia argentina se produjo como una consecuencia lógica de los sucesos de España, y no por influencias ideológicas.  Por eso, concluye Saavedra en carta a O’Higgins: “La obra de nuestra libertad fue puramente nuestra, en su origen lo ha sido, en progresos y lo será en su fin y terminación”[45].
Lo señalado no impide reconocer que en la tragedia de Liniers, intervinieron pasiones políticas y personales de influyentes ciudadanos, de tendencia liberal, que desconfiaban del francés no sólo por su actuación pública sino por su ortodoxia en materia de religión. Eso se manifiesta en unos versos de autor anónimo[46] que circulaban a fines del siglo XVIII:
Ese Liniers que amas más,
y te parece ser fiel,
pienso, sea el más infiel
con su mucha hipocresía:
pues no sale noche y día
de Dios, ni de su dosel.

Para finalizar, recordamos una frase del Episcopado Argentino, que destaca la esencia de nuestra nacionalidad, que contribuyó a forjar don Santiago de Liniers:
      Desde los inicios de nuestra comunidad nacional, aun antes de la emancipación, los valores cristianos impregnaron la vida pública. Esos valores se unieron a la sabiduría de los pueblos originarios y se enriquecieron con las sucesivas inmigraciones. Así se formó la compleja cultura que nos caracteriza. Es necesario respetar y honrar esos orígenes, no para quedarnos anclados en el pasado, sino para valorar el presente y construir el futuro. No se puede mirar hacia adelante sin tener en cuenta el camino recorrido y honrar lo bueno de la propia historia[47].

(*) Ponencia presentada en las IX Jornadas de Historia de la Iglesia en la Argentina (10 y 11 de junio de 2016); organizadas por la Junta de Historia Eclesiástica Argentina.



BIBLIOGRAFÍA
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*Celis, Cristian Walter. Jaque al virrey; Rosario12, 2-10-2011.
*Cresto, Juan José. Reflexiones sobre la invasión de Inglaterra, en: Academia Argentina de la Historia, “La invasión de Inglaterra doscientos años después”; Buenos Aires, 2007, pg. 101.
*Crónica Histórica Argentina, Buenos Aires, Ed. Codex, 1968, p. LX.
*Díaz Araujo, Enrique. Mayo revisado; Buenos Aires, Santiago Apóstol, 2005, T. I, pgs. 258-259.
*Estrada, Santiago. Liniers: estudio biográfico; Buenos Aires, 1886.
*Furlong sj, Guillermo. Cornelio Saavedra. Padre de la patria Argentina; Buenos Aires, Club de Lectores, 1960.
* La Voz del Interior, Dos tesoros olvidados, 28-5-2010.
*Lozier Almazán, Bernardo. Liniers y su tiempo; Buenos Aires, Emecé, 1990,  p. 201.
*Luque Colombres, Carlos. El doctor Victorino Rodríguez. Primer Catedrático de Instituta en la Universidad de Córdoba; Córdoba, Imprenta de la Universidad, 1947, Anexo N° 7:
 Fragmento de la Vida de Sor Lucía del Santísimo Sacramento, del monasterio de Carmelitas Descalzas de Córdoba, relacionado con los sucesos de 1810, obrante en el Archivo del Monasterio.
*Luque Colombres, Carlos. Para la historia de Córdoba; Córdoba, Biffignandi Ediciones, T. II, 1973, ps. 403

*Martínez Paz, Enrique. La formación histórica de Córdoba; Córdoba, 1941, p. 28.
*Massot, Vicente. Revolución. Mayo 1810; Buenos Aires, Ed. El Ateneo, 2010,  p. 20.
*Meneghini, Mario Albino. Cuestiones políticas controvertidas en el proceso de la independencia Argentina; Córdoba, Centro de Estudios Cívicos, 2010, pgs. 4-5.
*Ortega, Exequiel. Liniers. Una vida frente a la gloria y a la adversidad; Buenos Aires, Claridad, 1944, pg. 327.
*Palacio, Ernesto. Historia de la Argentina; Buenos Aires, Peña Lillo editor, 1965, t. I, pg. 187.
*Peña, Roberto. Conclusiones jurídicas. Defendidas en la Universidad de Córdoba a fines del siglo XVIII; Universidad Nacional de Córdoba, 1952, pgs. 3, 9 y 18.
*Pozzi Albornoz, Ismael. En la génesis de la Revolución de Mayo. El ataque británico al Plata indiano; Buenos Aires, Nueva Militaria Argentina, 2009, p. 154.

*Rosa, José María. Historia Argentina; Buenos Aires, Editor Juan Granda, 1965, T. II, pgs. 201
*Saguier Fonrouge, Alberto OP. El perfil espiritual de don Santiago de Liniers, en: Heredia, Edmundo Aníbal [e .a.]. “Santiago de Liniers y las invasiones inglesas”; Córdoba, Hugo Báez Editor, 2006,   p. 279.
*Sierra, Vicente. Historia de la Argentina; Buenos Aires, Ed. Científica Argentina, 1973.
*Terrera, Guillermo Alfredo. El ser nacional; Buenos Aires, Instituto de Ciencias del Hombre, 1974, págs. 41/43. Juan Pablo II: “Existe una soberanía fundamental de la sociedad que se manifiesta en la cultura de la nación”, discurso ante la UNESCO, 2-6-1980.
*Torres, Félix. Santiago de Liniers y la Universidad de Córdoba; en: Heredia, Edmundo Aníbal [e. a.] “Santiago de Liniers y las invasiones inglesas”; Córdoba, Hugo Báez Editor, 2006,   p. 279.

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ANEXO  I

Oficio del Mayordomo de la Cofradía de españoles del Rosario, sobre la Misa que ha dispuesto, se cante todos los años por el Sr. Liniers, y sobre las banderas que se han colocado en la Capilla de N. Señora. Córdoba 27-9-1807

“La Junta celebrada en este día con el oficio de V.P R del 21 del corriente q se sirvió acompañar el 19 del mismo del hermano Don Francisco Letamendi quien como apoderado del Exmo Sor Don Santiago de Liniers y Bremond, Gobor. Capitán Gral de este Virreynato y Presidente de la Rl Audiencia Pretorial le incluyó el del 27 de julio de su propia letra, por el cual le ordena entregue a este Convento dos banderas de las q tomó al Enemigo Británico en la célebre victoria del 5 de julio último, para q sirvan de trofeos a la Augta Madre de Dios Ntra Sra del Rosario, en reconocimiento de su especial protección en esta generosa acción… Esta Cofradía…comunicando con su V P…ha acordado testificar su reconocimiento deliberando q todos los  años se celebre una Misa solemne a la gloria de Dios y de su Santísima Madre… “.

[Archivo del Convento Santo Domingo de Córdoba, Documentación Histórica, vol. 1, n° 165.]

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ANEXO II

Actas publicadas por Claudio Poyet, en el Diario "La Acción", Paraná, 11 de mayo de 1912.
(consultado:  el 27-3-2016)

ACTA
     "El comandante militar del pueblo y fuerte de Cruz Alta.

"Habiendo dispuesto S. E. el señor presidente de la República la exhumación de los restos de los señores ex-virrey don Santiago Liniers, ex-gobernador de Córdoba don Juan Concha, ex-oidor fiscal doctor don Victorino Rodríguez, coronel don Santiago Allende, y ex tesorero don Moreno, fusilados y sepultados a inmediaciones de este pueblo, fue  llamado el vecino don Pascual Almirón, de edad de setenta y dos años y que presenció la ejecución, residente actualmente en esta villa, que asistió a la inhumación de dichos S. S. quien dijo: no podía determinar con exactitud dónde fueron sepultados sino aproximadamente como lo hizo: que la fosa no pudo contener en su superficie los cinco cadáveres, y sí sólo tres encima de los cuales se colocaron dos atravesados; y que no conocía a ninguno de ellos. Habiéndose hecho varias excavaciones, en distintas direcciones, por medio de las cuales se encontró el grupo de los cinco cadáveres, con la misma colocación indicada por el expresado Almirón. Los esqueletos no se pudieron mover sin deshacerse. Se encontraron en la fosa diez suelas de botas o zapatos, y dos botones, en uno de los cuales se percibe bien una o corona en relieve. Estos esqueletos, como los demás objetos encontrados, han sido depositados en una caja sellada y lacrada en sus cuatro costados con el sello que va al margen, y cuya llave se entregó al Sr. mayor don Felipe Salas, comisionado por S. E-. para conducirlo a la capital provisoria de la república. En fe de todo ello firmamos la presente acta en este pueblo y fuerte de la Cruz Alta, a veinte y cinco de marzo de mil ochocientos sesenta y uno. - 

Lorenzo Rivarola, Octavio de la Barra, Urbano Virto, A ruego de Pascual Almirón el R. P. Fray Isidro Anselmi, cura vicario interino del Curato Unión; Felipe Araya, Reyes Araya, Felipe Salas."
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ACTA

“Con fecha treinta uno de julio de mil ochocientos sesenta y dos, se constituyó en el cementerio público de esta ciudad S. S. el señor canónigo don José María Velasco, gobernador eclesiástico de la misma. y con la asistencia de los señores canónigos, prebendados y cura. párroco de esta iglesia catedral practicadas las ceremonias del Ritual Romano, y cantado un solemne responso, hizo formal entrega de la urna cineraria que contenía los restos mortales de los señores Liniers, Concha, Rodríguez, Allende y Moreno, al señor encargado "ad hoc" por el gobierno de su M. C. don Joaquín Fillol, quien, después de cerciorarse que aquella y no otra era la que los contenía, se recibió de ella, poniéndola bajo su inmediata responsabilidad, y conduciéndola, con el aparato religioso conveniente, al puerto de Paraná, en el cual se embarcó la referida urna cineraria por disposición del señor encargado "ad hóc", en un vapor preparado al efecto. Fueron presentes a este acto muchas personas, entre otras y como testigos los señores coronel don Gerónimo Espejo, don Manuel Martínez .Fontes, secretario de la jefatura política, y don Felipe Baucis; con lo que, mandando S. S. el señor gobernador eclesiástico se estampase el acta en el !ibro de defunciones para que extraigan de ella los testimonios convenientes, se terminó el acto que firma S. S. canónigo el notario mayor eclesiástico, de que doy fe.

José M. Velasco Gobernador Ecco. 
Ante mí: Domingo Baluquera. Notario Mayor Ecco."





























[1] Estrada,  Liniers…, 1886, p. 4.
[2] Cresto, Reflexiones…, 2007, p. 101.
[3] Meneghini, Cuestiones…, 2010, ps. 4-5.
[4] Terrera, El ser…, 1974, ps. 41/43. Juan Pablo II: “Existe una soberanía fundamental de la sociedad que se manifiesta en la cultura de la nación”, discurso ante la UNESCO, 2-6-1980.
[5] Saguier Fonrouge, El perfil…, 2006,  p. 279.
[6] Ibidem, p. 273.
[7] Bruno, La Virgen Madre…,1997,  ps. 126-127.
[8] Archivo General de la Nación, IX-26, 7, 7.
[9] Pozzi Albornoz, En la génesis…, 2009,  p. 154.
[10] Saguier, ibidem, p. 278.
[11] Celis, “Jaque al virrey”; Rosario12, 2-10-2011.
[12] La Voz…, 2010.
[13] Bruno, La Virgen Generala, 1994, p. 183.
[14] Altamira, El Deán…, 1949, p. 153.
[15] Ortega, Liniers…, 1944, p. 327.
[16] Lozier Almazán,  Liniers…, 1990,  p. 201.
[17] Luque Colombres,  Para la historia…, T. II, 1973, ps. 403
[18] Aspell, Sobre Monte…, 2001, Presentación, p. 15.
[19] Torres, Félix. Santiago de Liniers…, 2006, ps. 285-298.
[20] Luque Colombres, Para la historia…,  1973, T. II, ps. 403.
[21] Peña,  Conclusiones  jurídicas…,  1952,  ps. 3, 9 y 18.
[22] Martínez Paz, La formación…, 1941,  p. 28.
[23] Lozier, ibídem,  p. 243.
[24] Rosa, ibídem,  p. 232.
[25] Furlong, Cornelio Saavedra…,  1960, ps. 97-101.
[26] Ortega, ibídem,  p. 369.
[27] Sierra, Historia…, 1973, T. V, p. 107.
[28] Massot,, Revolución…,  2010,  p. 20.
[29] Crónica…,  p. LX.
[30] Ver dos Actas, en Anexo II.
[31] Crónica,  p. 185.
[32] Bruno, La Virgen Generala,  ps. 188-189.
[33] Luque Colombres, El doctor Victorino…, 1947, Anexo N° 7.
[34] Fragmento de la Vida de Sor Lucía del Santísimo Sacramento, del monasterio de Carmelitas Descalzas de Córdoba, relacionado con los sucesos de 1810, obrante en el Archivo del Monasterio.
[35] León XIII. Encíclica Au milieu des solicitudes, 1890, p. 12.
[36] Palacio, Historia…, t. I, pg. 187.
[37] Bruno, Creo…, 1ra. Parte, ps. 23-24.
[38] Bruno, Creo…, 3ra. Parte, p. 9.
[39] Bruno, Creo…, 1ra.Parte, p. 48.
[40] Rosa,  Historia…,1965,  T. II, p. 201
[41] Rosa, ibídem, p. 206.
[42] Furlong, ibidem, p. 38.
[43] Díaz Araujo, Mayo…, 2005,  T. I, ps. 258-259.
[44] Díaz Araujo, ibidem, ps. 259-260.
[45] Furlong, ibídem,  ps. 60-61.
[46] Crónica…, p. 181.
[47] Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016).