sábado, 16 de mayo de 2015

ADMINISTRACIÓN PÚBLICA: PROFESIONAL O CLIENTELISTA




Nos parece oportuno ocuparnos del  dilema del título, puesto que nuestro país se encuentra en un complejo proceso electoral, cuyo resultado puede agravar o mejorar algo la grave situación argentina. Administración profesional equivale a burocrática, aunque esta expresión genera rechazo. La palabra burocracia es, sin duda, una de las más utilizadas en todas las lenguas y por todas las personas. La mayoría de los hombres tienen una opinión negativa sobre dicho concepto, pero, curiosamente, no saben exactamente de qué se trata; es como el hombre de las nieves, del que todos hablan y nadie puede describir ni asegurar que exista. La acepción común de este concepto tiene un sentido peyorativo, y llama burocracia a la lentitud, ineficiencia y arbitrariedad en la gestión de las oficinas públicas, a lo que se agrega el exceso de empleados.

Fue el sociólogo Max Weber quien primero y en forma magistral, estudió el fenómeno de la burocracia (1). Este autor sostiene que toda dominación política sobre una pluralidad de hombres requiere un cuadro administrativo, o sea, la existencia de un grupo de personas en cuya obediencia se confía, destinado a ejecutar las órdenes que surjan de quien ejerce la autoridad soberana. La organización burocrática está integrada por un conjunto de funcionarios que se caracterizan por reunir determinadas condiciones:

a) Son personalmente libres y se deben sólo a los deberes objetivos de su cargo;
b) Están organizados en una jerarquía rigurosa;
c) Tienen competencias claramente fijadas;
d) Trabajan en virtud de un contrato, o sea sobre la base de libre selección;
e) Su nombramiento se fundamenta en una calificación profesional, comprobada con el diploma que certifica su calificación o por medio de exámenes;
f) Son retribuidos en dinero, con sueldos fijos, y tienen derecho a pensión;
g) Ejercen el cargo como su única o principal profesión;
h) Tienen ante sí una carrera, fijada por un escalafón;
i) No poseen propiedad sobre el cargo;
j) Están sometidos a una estricta disciplina y a control permanente.

En resumen, la burocracia es un sistema de organización, que se caracteriza por su racionalidad y la existencia de reglas impersonales. Los defectos de la acepción común de esta palabra –lentitud, ineficiencia, arbitrariedad- se producen por la ausencia o distorsión del sistema burocrático de organización; pertenecen a la patología administrativa. Si esta forma de organización se ha extendido y gravitado tanto –no solo en el sector publico- es porque constituye, a tenor de toda la experiencia, la forma más racional, en precisión, continuidad, disciplina y confianza. Dada la necesidad de organizar un gran número de personas, esta forma es la más adecuada. El funcionario ideal actúa en forma impersonal: sine ira et studio; cumple con su deber sin acepción de personas; todos aquellos que se encuentran en igualdad de condiciones son tratados de igual modo.

El Estado moderno requiere que los organismos públicos estén a cargo de especialistas, que actúen con la mayor objetividad, al servicio de toda la sociedad. Toda administración no burocrática se vincula inevitablemente a algún privilegio social. Las burocracias modernas rara vez han estado totalmente corrompidas, y tampoco se manifiesta en ellas la tendencia al nepotismo que se observaba en los tipos anteriores de administración.
Si se quiere asegurar la imparcialidad en el tratamiento de los asuntos públicos, nada mejor que este sistema de organización, pues la experiencia demuestra que una remuneración segura, unida a la posibilidad de una carrera, sumada a la disciplina y el control, así como el desarrollo del honor estamental y la posibilidad de una crítica pública, ofrecen la mayor probabilidad de contar con una administración del sector público, honesta y eficaz (2).

Un aspecto muy importante que suele olvidarse al criticar a la burocracia, es que la organización burocrática no tiene dirección burocrática. En efecto, el Jefe del Estado es elegido para el cargo y no designado como los funcionarios administrativos. Y es, precisamente, la conducción política ejercida por el Poder Ejecutivo –y en algunos aspectos, con la intervención del Congreso- quien debe fijar los fines y establecer las normas que los funcionarios están obligados a acatar. Por eso: a) la competencia de los empleados públicos está delimitada; y b) la autoridad política complementa la racionalidad técnica de la burocracia con los factores emotivos y la comprensión global de la realidad social.  De esa manera, cuando la relación es armoniosa, la administración pública burocrática puede lograr su máxima eficacia.

Lamentablemente, en nuestro país se mantiene el llamado sistema de los despojos (spoil system), que fue abandonado hace más de un siglo por los países  desarrollados; consiste en cubrir la mayoría de los cargos públicos con los miembros del partido que obtiene el gobierno. En la Argentina, menos de un diez por ciento de los nombramientos efectuados en el sector estatal –en los tres niveles de gobierno- son cubiertos por concurso; el resto de los cargos se destinan a los recomendados por el partido oficialista, o el titular del área gubernamental respectiva. Como los empleados de planta permanente poseen estabilidad laboral, se añade otro problema: el incremento incesante –e injustificado- de las dotaciones de personal. 
Constituye el aspecto más preocupante del clientelismo partidario. Se registran casos insólitos como el de la provincia de Tierra del Fuego, que ha llegado a tener 14.087 empleados,  para una población de 130.000 habitantes; especialistas han estimado que, como mínimo, hay un exceso de 10.330 empleados -66,7 % del total- en esa jurisdicción (FIEL, octubre 2012). Citamos este antecedente, para mostrar que el problema no se reduce al ámbito federal, y la tendencia se verifica  en todos los partidos políticos.

En números concretos: desde 2003 el personal del sector público argentino (los tres niveles)  creció un 67 %, equivalente a 1,5 millón de personas, mientras la población lo hizo sólo en un 13 %. Se estima el total actual en 3.650.000 (3), aunque la desagregación en los niveles de gobierno no resulta coherente por la falta de articulación entre las diversas fuentes (4):

Nación: 571.713
Provincias: 1.999.681
Municipios: 648.152
Empresas y bancos: 101.894

Mientras en un país como Francia, cuando cambia el gobierno nacional se sustituyen sólo 250 funcionarios, en un municipio argentino, como La Matanza, el cambio de intendente genera el reemplazo o incorporación de 3.000 empleados, incluso choferes y cadetes. Son datos que reflejan dos modelos antagónicos: administración burocrática – administración clientelista. Hace muchos años, nos enseñaba don Pedro J. Frías, que una administración sin política será siempre arbitraria, y una política sin administración será siempre estéril. Pues debe haber una relación equilibrada entre los dos elementos imprescindibles en el funcionamiento de un Estado moderno. En Argentina, y desde hace al menos 40 años, los sucesivos gobiernos han carecido de un cuerpo de funcionarios eficientes. De modo que, el gobierno que suceda al actual tendrá que sortear un difícil desafío: implementar  definitivamente un servicio civil basado en el mérito.

Superando las presiones inevitables de los propios partidarios, y de los sindicatos, el futuro presidente tendrá que resolver este dilema crucial, optando por una administración profesional que reemplace para siempre el clientelismo en la función pública. El nuevo modelo de gestión, deberá quedar reflejado en la legislación; en la ley de Presupuesto, tendrá que detallarse el número de cargos de nivel político, que, para el nivel nacional, no debería superar la cantidad de 500 funcionarios, quedando fijada la obligación de cubrir todos los demás cargos por concurso de antecedentes y oposición.

 (Publicado en: Centurión, N° 6, Mayo 2015)

(1)  Weber, Max. “Economía y sociedad”; FCE, Primera Parte, III.
(2)  Cfr.: Krieger, Mario (Comp.). “Los desafíos de transformar el Estado y la gestión pública Argentina”; Buenos Aires, Fundación Unión, 2006. Abal Medina, Juan Manuel-Cao, Horacio (Comps.). “Manual de la nueva Administración Pública Argentina”; Buenos Aires, Ariel, 2012.
(3)  IARAF – Instituto Argentina de Análisis Fiscal (Clarín, 27-3-15).

(4)  Indec, Jefatura de Gabinete, etc. (La Nación, 25-8-13).